Correspondencia transatlántica: Globalización, pestes y ecología| #WirinderZukunft – Tandem 1/4

¿Que visiones nuevas nacen para nuestra sociedad a partir de la pandemia del coronavirus? Ocho autoras y autores de diferentes países, con sus diversas perspectivas y biografías, trabajan en cuatro equipos sobre esta y otras preguntas. Bajo el título „Nosotros en el futuro“ se producen un intercambio y un diálogo digital-creador. En este blog presentamos el resultado de la conversación traducido a los dos idiomas en que se dio.

„Es el momento ideal para salir posicionados de otra, mejor forma“

Empiezan Silke Kleemann y Gabriela Cabezón Cámara. Una correspondencia transatlántica entre Alemania, donde florece la primavera, y Argentina, donde el otoño está cediendo al invierno.

„¿Si acá no es fácil para nosotros, ¿cómo será en otros lados?“

Querida Gabi:

Es lunes por la mañana, mediados de mayo. Mi hijo, con la mochila cargada, se acaba de ir al colegio, por primera vez desde hace dos meses, y yo estoy sentada en mi escritorio y pienso en el futuro. Acá en Alemania estamos relajando el confinamiento gradualmente, se habla de una „vuelta a la normalidad“, aunque en realidad a cada paso, tanto en el espacio público como en el privado, grita al cielo que en los meses por venir pocas cosas serán como antes y muchas certezas sobre nuestro trato cotidiano habrán sido derrumbadas.

No está mal, pienso, una hora cero a partir de la cual podrán crecer en el mundo muchas cosas nuevas, en muchos y buenos sentidos. El robusto „siempre ha sido así“ ha reventado, el resignado „así son las cosas“ ha sido sacudido. Como humanidad estamos viendo y experimentando que la fuerza de circunstancias externas („un virus novedoso“) puede crear la necesidad de cambios abruptos y radicales de gran alcance, y también que podemos llevarlos a cabo. Y que ante la muerte –no como fenómeno individual, sino de masas– incluso tiembla la primacía de las motivaciones económicas.

Estamos en una pandemia global y para detenerla, estamos concentradas, cada una en su lugar. En el „tiempo muerto“ del confinamiento me sorprendo cultivando deseos y visiones poco comedidos. Listas enteras de problemas para los que quiero ver soluciones, o por lo menos ver que se ataquen en primer lugar: menos guerras y más justicia, lucha contra la pobreza y el hambre, comercio limpio y sostenible. Fin con la fortaleza Europa, comportamiento digno hacia los refugiados. Verdadera igualdad de derechos y protección efectiva de las mujeres, más liderazgo femenino. Un Nuevo Acuerdo Verde. En esta crisis, hasta el último (no es casual la elección del genéro „el“) debe comprender: es el momento ideal para salir posicionados de otra, mejor forma. Pero entonces me acuerdo: Ah, verdad, primero hay que superar la pandemia.

Por lo menos es una catástrofe que deja intacta la infraestructura. Las instalaciones siguen allí intactas, pero no se usan por miedo al contagio. Los aviones siguen estando, pero no levantan vuelo porque en los otros países no dejarán entrar a los pasajeros. Las fábricas no pueden producir porque no pueden proteger a los empleados de modo efectivo. Pero ¿no es una ventaja en comparación con otras catástrofes que producen destrozos materiales en forma directa, como un terremoto, o que impiden la vida por generaciones en áreas inmensas, como un accidente de un reactor nuclear? ¿O quizá una catástrofe como esta sea para algunos especialmente dolorosa y difícil de entender y de aceptar, porque la fuerza destructiva es menos visible y en el aire flota –más allá de los minúsculos aerosoles cargados con el virus– ligera la pregunta de si “fue realmente necesario” el „alto“ humano para enfrentar el virus a través de las medidas de confinamiento?

Todo esto me pregunto en mi habitual puesto de trabajo, el escritorio donde paso grandes partes de mi día, incluso cuando no hay restricciones para salir, en un departamento cómodo en un país que, si bien en la economía ha resultado golpeado y su gente se ve confrontada con preocupaciones esenciales en forma inesperada y como nunca en los últimos sesenta y cinco años, sale bien parado en una comparación internacional.

¿Cómo será la situación en países que, podemos suponer, no son „ricos“ y parten de una situación menos estable? Cómo están ustedes en la Argentina en este momento? ¿Qué hace la gente que ya sin virus y confinamiento vivía con el mínimo, o menos? ¿Si acá no es fácil para nosotros, ¿cómo será en otros lados? ¿Y cómo podemos enfrentar todo esto juntos? ¿Acaso una crisis global, un desafío global no debería significar que también tenemos que buscar soluciones globales? Ojalá el virus nos pueda enseñar a unirnos, por fin, y a actuar en forma unida también, como nos pide ya desde hace años nuestro espacio vital compartido, la Tierra.

Quiero pensar en el futuro, pero el presente es tenaz, una y otra vez insiste en ponerse en primer plano. A través de los medios, las preocupaciones propias y de los otros, en prácticamente cada conversación … Y el presente también es pesado, quiere mantener la atención. Encontrarse en forma colectiva en una situación como tomada de la mejor distopía (si es admisible esta combinación de palabras) no vuelve fácil abrir las alas visionarias y emprender el camino hacia la utopía, aunque sea tropezándose y tambaleándose. Pero es necesario. ¿Cómo podrá lo bello, lo bueno, lo mejor –para todos los seres humanos, y sí, para todo el mundo con todos sus seres–jamás hacerse realidad, si ni siquiera podemos visitar ese lugar en nuestra imaginación?

Saludos y abrazos, Silke

„Este invierno no va a ser el frío el arma de exterminio del capital financiero“

Gabriela Cabezón Cámara con sus perros“, (c) Grillo Váldez

Acá empezó el frío, Silke. Es un frío modesto. No tiene nieve: cuando se congelan un poco las gotas de lluvia que el viento afila en diagonales es noticia en los diarios y en las morgues judiciales. Este frío modesto alcanza para que se muera gente que está en la calle. Hay niños muy niños, viejos muy viejos y mujeres y hombres echados de las casas porque en mi ciudad, como en casi todas, hay muchas casas vacías. Las compran ricos y fondos de inversiones como Black Rock. Y echan a sus gentes para venderlas más caras no sabemos a quiénes, tal vez a otros fondos de inversiones que ya no sé cómo se llaman. Este invierno no va a ser el frío el arma de exterminio del capital financiero. El coronavirus se está ensañando con los que sobran.

Acá no es mi ciudad, Silke, yo me fui de mi ciudad. Por eso lo que veo, cuando miro para afuera, es la luz que destella en las hojas de los árboles sacudidas por el viento. Salió el sol hace un ratito. Mis perros van y vienen: dos juegan con una pelota, otra almuerza las hojas de una caña. El más viejo tiene medio cuerpo de cada lado de la puerta porque no se decide a entrar o salir. El otro corre con su amiga, la perra de mis vecinos que son mis amigos.

Esta cuarentena la paso con Caro y y mis perros y mis vecinos y la perra y los gatos de ellos. Algunos días cocinamos juntos, tomamos vino y hablamos de los gatos, de los cuises que se animan a salir de sus madrigueras y andan haciendo cosas con sus manitos en la calle de tierra que es nuestra y de ellos. De los caballos que se le escapan a unos vecinos del fondo del pueblo y salen de paseo y van de visita y una vez se nos quedaron a dormir en el jardín. De los pájaros que se bañan en los charcos. Anoche, Grillo, mi amigo, nos contó de El Mojarrita Agüero: un señor de Santa Rosa, Corrientes, que llegó a una fama casi nacional por su peculiar modo de practicar la natación. El Mojarrita se hacía atar de pies y manos y se quedaba flotando en el río. Hace 50 años batió el récord extraño de permanecer, flotando y atado, cinco días en el agua. Hace 20, ya tenía 71, nadó mil dos cientos kilómetros río abajo para honrarle una promesa a la Virgen de Itatí. Cinco años después se murió. Yo me pregunto si no se habrá enfermado en el último trecho de ese último viaje de nadador: lo hizo en las aguas contaminadísimas de mi ciudad que ya no es mía, Buenos Aires. El diario del pueblo de Mojarrita dice que “antes de que lo venciera su enfermedad” iba a su redacción a tomar mate y contarles historias a los periodistas. Y que los días antes de su muerte, cuando de pronto la supo próxima como siempre la había sabido inexorable, salió a caminar por todo el pueblo: se despidió uno a uno de todos sus vecinos. Tal vez exageran o tal vez esto sea otro récord.

Silke, leo que durante esta crisis del coronavirus la fortuna de Jeff Bezos, director ejecutivo de Amazon, creció más del 30%, a 147.600 millones de dólares. La de Mark Zuckerberg, de Facebook, trepó más del 45%, a 80.000 millones. Casi todos los demás somos más pobres. ¿Ha de ser así siempre?

En la huerta ya crecieron los repollos: están hermosos como flores verdes, carnosas y gigantes. Cuando llueve, las gotas permanecen enteras posadas en ellos horas y horas, un poco a la manera del Mojarrita, del puro placer de rozar la ternura turgente de sus hojas rozagantes. No sé si voy a poder cosecharlos, Silke. Me da pena cortarlos.

¿Cómo podemos soñar activamente?

Querida Gabi:

Tu respuesta me hizo acordar que allá están en otoño. Las estaciones al revés en el hemisferio sur: tan obvio, tan fácil de olvidar. En las últimas semanas he pensado muchas veces que por lo menos es primavera. Que por lo menos entran luz y calorcito desde afuera, que el crecer, verdecer, florecer… que los retoños y cachorros invariablemente inspiran optimismo. También en estos días.

Otoño es tiempo de cosecha: tus repollos, que tal vez terminen en pucheros disfrutados en compañía. Pero que tal vez simplemente sigan siendo ellos mismos, poesía repollo en pie. Se comprende que nadie es indiferente a su propia extinción. Otoño también es transición: la finitud de las cosas, tan presente de momento, también en tu carta. ¡Qué maravilla poder recibir y celebrar la propia partida como lo hizo el Mojarrita Agüero!

El cuento del río me ha hecho pensar en la ciudad donde me crié, Colonia. A orillas del Rin. De niña escuchaba las historias de mi niñera, una autóctona del lugar, que a mi edad podía nadar en el río y dejar que la corriente la transportara de una entrada a la otra (¡aunque sin tener los pies y las manos atados!). En mi niñez esto era inconcebible, el agua del Rin estaba demasiado contaminada. Pero hacia el final de mi adolescencia esto cambió, se podía volver a nadar, las medidas de protección del medio ambiente habían hecho efecto. No puedo decir a ciencia cierta como es ahora, ya que desde hace más que diez años vivo en esta otra ciudad, con un río de una naturaleza tan diferente que apenas es río para mí. Pero las historias de mi niñera siguen resonando en mí.

Muchas cosas se presentan en ciclos, con cambios sucesivos y que a menudo se originan recíprocamente. Sucesos, la reacción a los sucesos, quizá un cambio del curso de los eventos y en el mejor de los casos, en la dirección que una desea …

Tal vez no es suficiente ver y nombrar los desequilibrios. ¿Cómo podemos soñar activamente, Gabi? ¿Cuál es tu sueño?

„La globalización empezó con pestes. Y quién sabe si no terminará por la misma causa“

Que termine la Conquista sueño, Silke. Porque si en algún lado empezó el capitalismo, si en algún lugar halló el oro, la plata y el cobre que le permitieron arrancar con fuerza, fue acá. ¿Leíste los diarios de Colón? Mirá esto:

yo estaba atento y trabajaba de saber si había oro, y vi que algunos de ellos traían un pedazuelo colgado en un agujero que tienen en la nariz. Y por señas pude entender que, yendo al Sur o volviendo la isla por el sur, que estaba allí un Rey que tenía grandes vasos de ello y tenía muy mucho … Y esta gente es harto mansa.

Y siguió el Almirante buscando oro y buscando la isla de Cipango. A Japón no lo encontró. Pero al oro sí. El 90 por ciento de esa gente harto mansa de las islas del Caribe murió en los 20 años que siguieron a la llegada de la armada española. Y después de Colón vinieron otros y después otros y otros más. Trabajando de saber si había oro. Y sabiéndolo y encontrándolo y arrancándoselo a la tierra y matando a esas gentes harto mansas y a las que no eran mansas también. Aprovechando la superioridad de sus armas, la pólvora, los caballos, los perros y las rivalidades entre los distintos pueblos que fueron encontrando para masacrar y reinar. Y las pestes: hablemos de esas pestes en el tiempo de esta peste. La viruela fue la primera. Y tuvo un papel estelar en la Conquista de México. Llegó entre 1518 y 1520. Y en apenas meses mató a unos 85 mil de sus 250 mil habitantes. Fue así que, luego de resistir el sitio de un ejército de miles de personas durante un año, la ciudad fue tomada por Cortés: lo ayudó la peste que los españoles trajeron. Después siguieron más pestes. El sarampión, la tos ferina, las diarreas, la fiebre tifoidea, el tifus, la malaria y la fiebre amarilla. Las pestes fueron quizás el arma más importante, el arma que los conquistadores no sabían que tenían. La globalización empezó con pestes. Y quién sabe si no terminará por la misma causa.

La esclavización, la pauperización, las masacres y las pestes fueron tan enormes que se tornaron una fuerza geológica: a la llegada de los españoles, vivían en mi continente unas 60 millones de personas. Cien años después, apenas 5 millones. „La masacre de los pueblos indígenas de América condujo al abandono de suficiente tierra cultivada como para que la absorción de carbono terrestre resultante tuviese un impacto detectable tanto en el CO₂ atmosférico como en las temperaturas de la superficie terrestre“, afirman Alexander Koch y sus colegas en su artículo publicado en Quaternary Science Reviews, detalla una nota publicada por la BBC en enero del año pasado. Unas 56 millones de hectáreas, un área equiparable a la superficie de Francia, dejaron de ser cultivadas. Y crecieron bosques y sabanas. Esto fue parte de lo que generó lo que, en el siglo XVII, se llamó Pequeña era de Hielo. El Capitaloceno, o Antropoceno, empezó acá.

En una nota del diario boliviano Los Tiempos, citan al historiador Eduardo Arze Quiroga, quien escribió que

en una valoración objetiva, Potosí contribuye con más de la mitad del caudal de plata que desde diferentes partes de América alimenta la economía europea y española de los días de oro del Renacimiento, provocando en el Viejo Mundo ese proceso que Hamilton ha denominado ‘la revolución de los precios y los salarios’ a lo largo del último cuarto del siglo XVI, con una visible influencia en la consolidación de los grandes Estados centralizados de la Edad Moderna y en el arranque de la sociedad capitalista occidental.

Nunca paró la Conquista ni su ensañamiento con nuestras tierras no ya por la acción, y la mera presencia, de los españoles. Sino de nuestras burguesías. Ahora mismo, Silke, están deforestando el Gran Chaco. Es el segundo bosque más grande de Sudamérica, después de la Amazonía. Lo que pasa en la Amazonía no te lo cuento porque estoy segura de que lo sabés. Lo del Gran Chaco tal vez. Parte de ese bosque está en mi país. Lo deforestan para plantar soja, Silke. Matan todo lo que vive para plantar soja, Silke. Todo lo que vive en uno de los bosques más grandes del mundo. Todo lo que vive. Y también a su gente. Sin el monte que les talan. Y con el río que les contaminaron. Sin el monte y sin el río se mueren, Silke, los matan. En enero y febrero de este año murieron 25 niños por desnutrición. Tienen nombre y apellido los que deforestan: están en esta nota de Greenpeace.

Está, también, la megaminería propagando muerte y destrucción. Siguen, como empezó Colón, buscando el oro, o el mineral que sea, a cualquier precio. Acá se hace a cielo abierto. Cito la explicación de una nota de La Izquierda Diario: „Remueven ,inmensas cantidades de tierra‘ mediante ,explosiones controladas‘. Se generan inmensos cráteres en el suelo que pueden llegar a tener hasta 1000 metros de profundidad. Mediante procesos químicos se separan los minerales de la tierra y, a medida que estos se van agotando, los cráteres se amplían cada vez más, y así hasta que deje de resultar rentable. Para extraer metales como oro y plata se utiliza cianuro, un compuesto altamente tóxico de múltiples usos industriales (por ejemplo, la fabricación de plaguicidas). Para la extracción de metales se utiliza disuelto en agua, la cual es desviada previamente de ríos o arroyos de alta montaña. Luego de realizado el proceso, el agua se desecha. Las cantidades de agua que se desperdician en este proceso son difíciles de dimensionar pero podemos decir que cada gramo de oro extraído precisa al menos más de 1000 litros de agua.“ Además, las aguas residuales de las minas contaminan los ríos y lagos del entorno.

Y lo que más territorio toma: la agricultura, Silke. De transgénicos que exigen el uso de cantidades industriales de pesticidas tóxicos como el glifosato de la empresa Bayer Monsanto, que ya enfrentó varios juicios por la toxicidad de su producto y no ganó ninguno. Pero peor nos va a nosotros: llueve glifosato en la Argentina. Te dejo acá esta investigación de la Universidad de La Plata. Y esta otra, que explica la relación entre el cáncer y los plaguicidas. Por llevarla a cabo los investigadores fueron perseguidos.

Esto que te cuento son apenas algunas cosas que pasan en mi país. En toda Latinoamérica pasan cosas iguales y peores. Es como una guerra: a los ambientalistas que están luchando en los territorios los asesinan. En esta nota lo cuentan con más detalles.

Y en la ciudad que era mía y ya no es mía, Buenos Aires, en una de sus villas, una de las más pobladas, el Barrio 31, los dejaron sin agua en plena epidemia de coronavirus. Sí, la peste que se previene lavándose las manos. Murieron, entre otros, dirigentes sociales que habían denunciado la falta de agua y la desidia criminal estatal. Ramona Medina, miembro de La Garganta Poderosa. Y Víctor Giracoy. Los dos murieron por la falta de agua. Y por poner el cuerpo en actividades solidarias, como la organización de comedores comunitarios.

Sueño que todo esto se acabe, Silke. Que mi país y mi continente, Latinoamérica, dejen de ser el lugar de donde se extrae el oro al precio de masacrar a la gente. El lugar de mayor desigualdad del mundo. El lugar del arrasamiento ambiental. Por supuesto que no soy la única. Pero no sé cómo lograremos llevar a cabo este sueño.

„Tenemos que levantar nuestras voces“

Sí, es así, el presente es tenaz, es pesado y no tiende a un pensar esperanzado. Y tu texto, Gabi, lo demuestra: entretejido con el presente se esconde el pasado. Pegajoso, ávido, pertinaz, sangriento, de plomo agobia nuestra alfombra voladora con la que quisiéramos levantar vuelo para hacer realidad nuestros sueños, la retiene en el piso. Esta alfombra me la imagino de muchos colores, una combinación de muchas voces, de los intereses, anhelos y necesidades de mucha gente, piloteada no sólo por los que de todas formas ya tienen casi todo y, además, casi siempre el mando. El pasado –y el pasado significa también estructuras de poder, dinero– tira de nuestra alfombra, no suelta las riendas, porque claro: quienes no quieren un cambio son los que sacan provecho del statu quo. Los que siguen buscando el „oro“ en todas sus variantes, en la mira sobre todo la ganancia personal más alta a corto plazo.

Preguntaste por mi sueño, Gabi, y éste tiene que ver con la comunidad y con una fuerza que de a poco extiende su red alrededor de todo el globo a partir de lugares y personas individuales. Quisiera que la conquista empiece de veras, pero una conquista de una naturaleza muy diferente, la conquista de la propia conciencia. Salir de los programas de emergencia del cerebro humano, del modo de supervivencia, de los impulsos más baratos (y más caros para el bien común). Quisiera que lo que el budismo llama „interdependencia“ o „conexión entre todos los seres“ se volviera la realidad reconocida y vivida de los seres humanos. Porque todos pueden estar mejor en forma duradera sólo si nadie es suprimido y explotado y el bienestar de los unos no se da más a costas de los demás. Protestas, migración, cambios climáticos, el fin de los recursos … los problemas están a la vista, se sabe desde hace mucho que el estado actual ya no es sostenible y tampoco sostiene nada. La pandemia, añadida a todos estos problemas de base (¿o tal vez causada en parte por ellos?) lo hace más que evidente, muestra con mayor claridad las grandes necesidades y metas. Podemos, debemos, tenemos que levantar nuestras voces, pero el no poder influir directamente en las grandes cosas puede causar una sensación de impotencia. Sin embargo, en las cosas chicas todos podemos hacer algo y empezar muchas cadenas de infección positivas, de amabilidad y humanidad.

Apuesto a que algo –¡ojalá sea mucho!– de esta amabilidad, que también es sintomática de este tiempo del coronavirus, persistirá: el cuidar de los otros, el respeto y la consideración, la responsabilidad asumida en forma compartida. Espero que haber visto cómo el sufrimiento se acercaba a nuestra realidad cotidiana o incluso la experiencia de una amenaza existencial despierten en todas partes más empatía y hagan ver la necesidad del aporte de cada uno, en cada momento y en cada situación, para hacer el mundo un lugar mejor para todos, y no dejar la carga principal, el daño principal otra vez a aquellos que ya han tenido la vida más difícil.

De lo chico –este es mi deseo, mi visión– se puede formar lo grande, pieza por pieza. La alfombra de muchos colores que se expande sin que se note, entreteje conciencia en territorios cada vez más grandes y transforma lo que se considera „normal“ hasta que ya ni tenemos que despegar, porque nosotros mismos somos el cambio que queremos ver en el mundo. Vida y convivencia como la verdadera obra de arte. Las estructuras en las que vivimos son hechas por humanos. Como humanos, entonces, también tenemos el potencial de cambiarlas. Cada una de nosotras puede hacer esta elección, día a día, con cada decisión. Y visto de este modo, tal vez no sea enteramente malo que el presente sea tenaz, que nos llame una y otra vez, porque así ponemos en él las semillas de nuestro porvenir. Expandámonos desde lo chico hacia lo grande, con plena fuerza de contagio hacia adelante, en forma amable, perseverante, pacífica, con la mirada puesta en un futuro para todos.

¿No sería un efecto grandioso del virus que la aceptación, la realización de nuestra finitud –como individuos pero también en forma colectiva– conllevara también la toma de conciencia de y el cuidado amoroso de la interconexión entre todas las cosas? Y que hiciéramos de esto la medida de nuestro accionar, resuelto y sin miedo, con todas sus consecuencias.

„Quiero irme a la selva y amarle cada hojita“

Argentina, invierno“, (c) Gabriela Cabezón Cámara

Silke querida, llegó el invierno. Anoche la niebla tomó todo: se veían, apenas, algunas luces ahogándose. Nada más. Esta mañana, el sol la derritió y cada pastito, cada hoja de árbol, cada pétalo y el auto y las casas estaban cubiertos de gotitas de agua. A veces tengo ganas de volver a la ciudad que ya no es mía, de ir a los bares, a las casas de los amigos, a las lecturas con vino. Pero eso no existe: la cuarentena sigue acá, ya llevamos tres meses, y los casos de corona virus aumentan y ¿qué ciudad es esa que fue mía sin bares y sin casas de amigos? Sólo están abiertas las librerías y las extraño pero me da miedo contagiarme y entonces no voy. Encargo los libros por teléfono.

Te leo y quiero subirme a tu alfombra mágica: qué hermoso sería, Silke, que este virus que puso de manifiesto toda nuestra frágil existencia, nuestra honda vulnerabilidad, nos inclinara para el lado de los cuidados mutuos. Qué hermoso sería que asumiéramos que la tierra nos es dada a todos, a todo lo viviente, a nuestra sociedad interespecies para que vivamos juntos. Qué maravilla que dejaran de matar a todo lo que vive. Qué belleza que la explotación más violenta se acabara para siempre, que la concentración de la riqueza se diluyera hasta que todos y cada uno tuviéramos lo necesario para una vida digna. Extraño a mis amigos, Silke, hace tres meses que no veo a casi nadie. Y a la vez quiero irme a la selva y aprender el mundo otra vez, desde la tierra y desde todos los saberes de los pueblos que sobreviven hace 500 años a la matanza infinita. Silke, quiero irme a la selva y amarle cada hojita.

Traducción al castellano de los textos de Silke Kleemann: Silke Kleemann. Corrección: Nicolás Gelormini

Aquí se encuentra el original en alemán del epistolario.

Un proyecto en el marco del Fondo 360° para culturas de la nueva sociedad urbana.


Silke Kleemann (c) Ellen Bornkessel)

Silke Kleemann (*1976 en Colonia) es traductora literaria para español, autora y editora desde el 2000. Tradujo a Juan Filloy, Sergio Olguín, Diana Bellessi, Alberto Fuguet y Marina Perezagua, entre otros. En 2015 recibió un premio para el apoyo de las artes del Ministerio de Cultura de Baviera, para sus traducciones de Ariel Magnus, y una beca de literatura de la Ciudad de Múnich para su proyecto de literatura juvenil „Manic Road Movie“. Últimamente publicó la antología „Wir sind hier. Geschichten über das Ankommen“ (editada con Katja Huber y Fridolin Schley), resultado de la serie de charlas Meet your Neighbours en Múnich.

Gabriela Cabezón Cámara (c) Grillo Valdez

Gabriela Cabezón Cámara (*1968 en Buenos Aires, Argentina) se hizo conocer con su trilogía alrededor de „La virgen cabeza“. Su última novela „Las aventuras de la China Iron“, una variante queer del mito nacional argentino, el „Martín Fierro“, figura en la Shortlist del International Booker Prize de este año, en la traducción al inglés. Al alemán hasta el momento sólo está traducido un fragmento de novela, publicado en la antología „Buenos Aires. Eine literarische Einladung“. Cabezón Cámara vive en Abasto, La Plata, da clases de escritura creativa y es una de las voces feministas prominentes de la literatura latinoamericana.

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